Arquitectura

Cuenta el Padre Fita en su célebre libro "ARAGÓN REINO DE CRISTO Y DOTE DE MARÍA SANTÍSIMA" que los monjes de un monasterio del Altoaragón decidieron trasladar su cenobio a Zaragoza, junto al Huerva. Al pasar el Cinca les sorprendió una crecida y las aguas se abrieron a su paso. Para celebrar este hecho dieron al nuevo Monasterio el nombre de "Santa Fe". Allí ocurrieron muchos hechos históricos, como última parada que era del camino real de Madrid a Zaragoza. En una de estas últimas jornadas entre la Corte y Zaragoza, como contaba Monseñor Galindo, historiador, que colaboró hace años en nuestra Revista, fue consagrado casi "ipso facto" como Arzobispo de Zaragoza el adolescente D. Hernando, hijo natural de D. Fernando el Católico y futuro virrey de Aragón: la muerte del único heredero varón de la Corona impulsó a Dña. Isabel a remover posibles inconvenientes dinásticos. Testigo mudo de los acontecimientos de la Desamortización y de las diferencias políticas que se suscitaron entre los compradores de estos bienes y la Iglesia, sus estatuas de santos, aún decapitadas muestran a las claras las pasiones del momento. Hoy, víctima de una semireconstrucción desafortunada, el bello recinto es uno de los monumentos que están a la espera de una acción urgente para evitar lo peor, Guitart, con su documentada erudicción y maestría, cuenta la historia y situación actual de este monasterio, reconstruido en barroco en el s. XVIII.

Santa Fe se localiza en la fértil ribera del Huerva, a unos 10 Kms. al suroeste del centro de la ciudad de Zaragoza, a cuyo término municipal pertenece, y junto a la carretera de Teruel y Valencia, por cuya razón, es bien familiar a los viajeros por aparecer acompañado por urbanizaciones de chalets y de industrias. No obstante, este barrio nada de particu­lar ofrecería si no surgiera, bien ostensible, la volu­minosa silueta de la gran iglesia, con torre y cúpula de gran elevación que, sin duda, habrá llamado la atención de los automovilistas sensibles a las belle­zas arquitectónicas. Esta iglesia y la dilatada cerca amurallada donde se sitúa, son los testigos vivientes del que fue monasterio de monjes cisterciense de Santa Fe, que se fundó aquí en época medieval, hacia 1341-43, aunque lo que actualmente contemplamos pertenece a época barroco-clasicista, del siglo XVIII, y su nombre auténtico fue de Nuesta Señora de Santa Fe, recordando un hecho milagroso.

No ha sido demasiado señalado, creo, que la ciu­dad de Zaragoza cuenta en sus inmediatos alrededo­res con tres grandes monasterios de "los de antes", encerrados dentro de una enorme cerca de murallas y todos a unos 10 kms. de distancia: éste de Santa Fe y las dos Cartujas, de Aula Dei y de la Concepción, aquélla. —el único de los tres aún habitado por mon­jes— en la ribera del Gállego, y la segunda, transfor­mada en un núcleo de población, junto a la carretera de Alcañiz. Bien pocas ciudades españolas pueden vanagloriarse de ofrecer en su entorno tres monaste­rios que, de modo un tanto simplista —pero bien significativo— hemos denominado de "los de antes", pues proceden de cuando se establecían deli­beradamente fuera de villas y ciudades, delatando la tendencia de aislamiento, inherente a la vida con­templativa, el cual se reafirmaba por hallarse las edi­ficaciones monásticas encerradas dentro de una cerca, de relativa altura y reforzada por numerosos cubos cilindricos, con todo lo cual semejaba desde fuera una pequeña ciudad amurallada. Su gran super­ficie intramuros permitía incluir tierras de labor y granja, revelando otra importante función de los monjes en aquellos tiempos de unidades económicas prácticamente autosuficientes, y como lógica premi­sa, estos monasterios se situaban en fértiles riberas.



Aquella costumbre del amurallamiento de los grandes monasterios fue típica de la Edad Media, pero también continuó más reducidamente durante la Edad Moderna, como comprobamos en las dos Car­tujas zaragozanas, que se fundaron en los siglos XVI y XVII, y asimismo en ésta de Santa Fe, pues su cerca data del XVIII. De estos tres grandes cenobios del entorno próxi­mo de Zaragoza, es sin duda el de Santa Fe el que ha llevado la peor parte, no sólo por el estado ruinoso de sus edificaciones, si no por haber sido el más olvidado por parte de los historiadores, llegando al extremo de que ni siquiera tuvo la suerte de una comunicación en la reunión plasmada en el libro "El Cister. Ordenes religiosas zaragozanas" (Zaragoza, 1987), donde se incluyen dieciséis trabajos de varios autores acerca de diversos monasterios cistercienses aragoneses. Desconozco si existe algún trabajo monográfico sobre Santa Fe, y por sorprendente que parezca, sus datos más antiguos proceden del copio­sísimo Diccionario de Madoz (1848). Tampoco ha sido muy afortunado en textos generales dedicados a describir los monumentos zaragozanos, llegando a ser omitido del Catálogo Monumental de la Provin­cia, por Abbad Ríos (Madrid, 1959), siendo el más interesante, aunque forzosamente breve, el insertado por los profesores María Isabel Alvaro y Gonzalo Borrás en la reciente Guía Histórica Artística de Zaragoza (edición de 1991). Son asimismo de seña­lar dos colaboraciones aparecidas en Heraldo de Aragón hace algunos años, una por J. Domínguez Lasierra (1970) y otra por A. Zapater Gil (1979), así como los planos de la iglesia, compuestos por el arquitecto A. Peropadre Muniesa cuando se realiza­ron hace muy pocos años, obras de consolidación de la cúpula, tras la declaración de Monumento Nacio­nal de la iglesia y la portada exterior (1979), pero no la cerca.


Los monjes cistercienses se establecieron aquí en 1341-43 por voluntad de Miguel Pérez Zapata, señor territorial en esta zona de Cuarte-Cadrete, pero es de señalar que no fue una fundación "ex novo", sino un traslado desde su primer asentamiento en Aragón, y bastante lejos, en las proximidades de Albalate de Cinca (Huesca), donde se llamó monasterio de S. María de Fonclara, a instancias de Jaime I el conquislador en 1233 con monjes procedentes de Bonnefond (Francia) todo lo cual conocemos por un trabajo de F. Castillón Cortada (Vid. Aragonia Sacra nº I, Zaragoza, 1986) el cual informó de haberse hallado recientemente vestigios de sus edificios en una partida llamada todavía Fonclara, situada a pocos kms. Al norte de Albalate de Cinca en dirección a Monzón. Además, aporta documentación referente al poco más de un siglo que los monjes habitaron allí. La cual, por ahora, continúa incógnita para el largo periodo de Santa Fe. Es de suponer que el historial de este monasterio tras mudarse desde la ribera del Cinca a la del Huerva permanezca inédito en algún archivo, y algunas pistas revela Natividad de Diego en su trabajo "Fuentes Documentales sobre el Cister zaragozano" (en libro citado "El Cister").

En el estado actual de nuestros conocimientos sobre Santa Fe, su capítulo más conocido es el monje Fray Guelberto Fabricio Vagad, o de Bagdad, que en el siglo XV compuso una Historia de la Vir­gen del Pilar y una Crónica de los Reyes de Aragón, la cual le valió ser nombrado Cronista Mayor por Fernando el Católico en 1494.


Santa Fe se sitúa en la misma línea que Veruela, Rueda y Piedra como los cuatro grandes monasterios de monjes cistercienses en Aragón, aunque existió un quinto, de tono menor, la Trapa de Santa Susana, cerca de Maella, del cual quedan sólo ruinas. No obstante, es doloroso comprobar que su nombradía y apreciación actuales son muy inferiores a las que gozan aquellos tres, sin duda porque conservan sus espléndidas estructuras medievales.

Una simple mención haremos de los monasterios de monjas: Casbas de Huesca, Cambrón, Trasobares, de los que sólo el primero perdura en sus primitivos emplazamiento y estructuras medievales. Y volvien­do a Santa Fe, no deja de sorprender que a pesar de su fundación en plena época del gótico (siglo XIV), sus vestigios medievales sean bien exiguos: una puerta tapiada de arco apuntado existente en una vulgar tapia, y, el más significativo, el arco de la Portería por su cara de intramuros, donde se adviene claramente la que debió ser la primitiva torre-puerta, hoy englobada en la obra posterior del amurallamiento dieciochesco; era de planta rectangular, hoy desmochada con tejado inclinado, de ladrillo, evi­denciándose el arco con rosca de dicho material y en forma ligerísimamente apuntada.



El Diccionario de Madoz atribuye la iglesia al año 1774, y certeramente, la compara a sus dimen­siones a una catedral, alabando la calidad de las sillas del coro y las puertas de la sacristía, hoy desa­parecidas. Es probable que el resto de las edificacio­nes, —hoy casi inexistentes, salvo la muralla—, pro­ceda también de entonces, y relata que los monjes fabricaban objetos de mimbre, cultivaban las tierras y percibían tributos de los cercanos pueblos de Cuarte y Cadrete, e incluso tenían el privilegio de nom­brar los alcaldes y ayuntamientos de ambas hasta 1808, cuando las tropas napoleónicas, —que preten­dían rendir Zaragoza—, saquearon el monasterio, asesinaron al abad y utilizaron aquél para su caballería. En 1814 volvieron los monjes, y siguiendo e] péndulo de los regímenes políticos, fueron expulsa­dos durante el trienio progresista (1820-23), y defi­nitivamente tuvieron que abandonarlo como conse­cuencia de la Desamortización de Mendizábal (1835). Varios propietarios adquirieron lotes del espacio intramuros, e incluso la iglesia continúa dividida por una valla entre dos de ellos.



El exterior del cenobio impresiona notoriamente, no sólo por las bien ostensibles torrre y cúpula sino por su dilatada cerca de murallas, que subsiste com­pleta aunque con algunos tramos rehechos, dibujan­do en planta una figura asimilable a un enorme rec­tángulo de unos 270 por 160 ms., cuyos lados mayores están orientados de norte a sur, y encierran unas cuatro hectáreas, es decir, una superficie equi­parable a la de numerosas villas medievales y modernas. No obstante, el cuadrilátero no es perfec­to, pues aparece achaflanado en su ángulo noroeste. De poco más de tres metros de altura, esta muralla presenta un aparejo similar al llamado comúnmente "toledano" en los manuales de Construcción, es decir, con grandes recuadros de piedras entre encin­tados horizontales y verticales de ladrillo, rematán­dose por una cornisa en forma de nácela. Conserva numerosos cubos semicilíndricos, que no rebasan la altura general, y particularmente bien conservadas y completas están las de los frentes oeste y sur, ambos lindantes con un estrecho camino de ronda, en tanto que faltan evidentemente algunos cubos en los fren­tes norte y sur, recorridos por una carretera de cir­cunvalación, e incluso algunos tramos aparecen enteramente rehechos con aparejo diferente. Hacia el centro del frente norte se sitúa el arco de entrada, la llamada Portería, tratada exteriormente en forma de monumental portada de contexto eclesiástico, de dos cuerpos, en ladrillo y de un discreto barroco, reve­lando una inscripción, la fecha 1797; la puerta es semicircular, flanqueada por dos pilastras a cada lado, y bien evidenciada en alzado por un cuerpo superior rematado por un frontis, que enmarca un gran óvalo donde se realza la imagen de la Virgen Ntra. Sra. de la Santa Fe, acompañada a ambos lados por dos estatuas, —una de S. Bernardo, fundador del Císter, hallándose las tres decapitadas—. En la clave del arco hay un escudo con las iniciales S.F. (Santa Fe) y las barras de Aragón, bajo corona real. El pasa­dizo se cubre por dos bóvedas de arista, y ya desde el interior del recinto se advierte la torre-puerta antes reseñada, la cual se prolongó hacia extramuros al añadirse la fachada exterior. El espacio intramuros pro­duce desconcer­tante impresión por su caótico aspecto, con las viviendas de varias familias de agricultores, —algunas de buen aspecto—, tapias, cobertizos diversos, alam­bradas para seña­lar las propieda­des, etc., y todo aparece abruma­do por el ingente volumen de la iglesia, que ade­más de su gran altura, se enfatiza todavía más por el ímpetu ascensional que producen el esbelto campanario y la cúpula, ésta realzada por elevado tambor octogonal y asegurada por obras auxiliares en 1981, pero el presupuesto no llegó para completar las bóvedas de las naves, que continúan parcialmente caídas.


La iglesia se debió comenzar hacia 1774-78 y terminarse hacia 1788, superando en grandiosidad y calidad artística a todas las iglesias de la época clasicista-barroca en Zaragoza (siglos XVII-XVIII), excepto el Pilar, con el cual ofrece algunas analogí­as como la planta, siguiendo un rectángulo perfecto y la decoración interior con grandes pilastras estria­das y capiteles corintios, adosadas a muros y pila­res, lo cual no es nada sorprendente si se tiene en cuenta que el proyectista fue un lego cisterciense. discípulo de Ventura Rodríguez. —según los citados Alvaro y Borrás—, y a éste debemos la decora­ción interior del Pilar, realizada pocos años antes en 1750-65. No obstante, la organización interior de Santa Fe difiere de la del Pilar, y todo su aparejo es mampostería y ladrillo. Santa Fe mide interiormen­te 52,4 X 26,6 ms., y sigue el patrón tradicional de nave central y crucero de altura mucho mayor que las laterales, y además, el segundo se sitúa en un lugar más frecuente, pues las naves constan de cua­tro tramos y la cabecera sólo de dos. Las naves altas, central y del crucero, se cubren por bóvedas elípticas, y las bajas por casquetes esféricos. Las naves altas se iluminan por óculos decorados por yeserías de arte rocalla. La fachada principal, muy mal conservada, se remata por frontis triangular en su nave central, subsistiendo dos grandes óculos, uno circular y otro ovalado enmarcados entre pilas­tras bajo frontón. En su esquina derecha y acusada en planta, se alza la única torre, cuadrada en sus cuerpos inferiores y octogonal en los dos superiores, en los que aparece exenta, adornándose por colum­nas en las aristas de abajo, rematadas por flameros; el cuerpo superior se ornamenta por pilastras en las ocho aristas, y la torre termina en un chapitel. Tam­bién las hastiales del crucero se rematan por frontis triangular, y la cúpula ofrece notoria suntuosidad, con vanos también bajo frontón triangular, flanque­ados por dobles columnas, adosadas a las aristas del tambor octogonal el cual descansa sobre un cuerpo cuadrado ornamentado por grandes estatuas en sus cuatro esquinas exteriores. En cuanto al interior del templo, todavía impresiona la suntuosidad de su decoración. Es de advertir que la cabecera de este templo se sitúa al oeste, su fachada principal al este, y allí queda un ala del claustro, en ladrillo, con varias arcadas semicirculares separadas por pilastras. En el gran espacio situado al este del templo, dedicado a usos diversos, queda un resto de época dieciochesca: un pabellón con galería de tres grandes arcadas semicirculares, en ladrillo.


Finalmente, el autor de este trabajo fotografió en 1959 el gran edificio cuadrangular que debió ser el palacio abacial, situado al noreste de la fachada prin­cipal del templo, a cierta distancia de éste, y no lejos de la muralla oriental, por lo que se evidenciaba bien desde el exterior. Hoy, en 1995 y al realizar un reco­nocimiento con el fin de completar el estudio, este autor ha podido comprobar con sorpresa e indigna­ción que ya no existe, sirviendo su espacio para usos agrícolas. Era de ladrillo, de animado exterior, bajo alero en nácela, muy usado en el siglo XVIII arago­nés, y se componía de tres plantas; la fachada princi­pal miraba al norte, con dos puertas en arco escarza­no muy rebajado, balcones bajo dinteles en bolsón en la planta noble, y galería de arcos semicirculares en la superior, enfatizándose en el paño central de ambas una especie de tribuna-mirador de tres arcos, mayor el central y de forma rebajada.(Cristóbal Guitart. Aragón Turístico y Monumental, 1995)

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